El ser humano se diferencia del resto del reino animal por su singular esencia; un conjunto de disimilitudes de grado con otras especies; nuestra vida resulta ser la forma más evolucionada de existencia en los seres vivos. Las personas gozamos de memoria histórica, de creencias e ideologías; nuestra exclusividad natural radica en la razón, que nos otorga virtudes como el pensamiento, el lenguaje o el arte. Cada sujeto es un ser lógico y consciente de si mismo, poseedor de una identidad propia. Por eso donde no existe autoconciencia, se desvanece la personalidad; dejamos de ser racionales y autónomos, inteligentes y soberanos de nuestro propio organismo, nos convertimos en muertos vivientes. Prisioneros del tiempo aguardando la hora de nuestro final.
En vida, el individuo es una criatura racional y libre, un conjunto de pensamientos y acciones, una entidad responsable de sus propios actos. Pero tras un grave accidente o afección clínica, el discernimiento, la inteligencia o las acciones de una persona quedan alteradas; en ocasiones un individuo queda desterrado de su propio cuerpo, su mente delira encarcelada en una pesadilla de la que ya no existe escapatoria; mientras su cuerpo agoniza desahuciado, atormentado por una lacerante enfermedad.
¿Hasta que punto se pueden consentir los dolores insoportables de un enfermo terminal, que quiere acabar con el sufrimiento que la prolongación artificial de su vida le está provocando? ¿Acaso es natural o humano extender la amarga existencia de un moribundo que suplica por su descanso? La eutanasia es el noble derecho de una persona a exigir dignidad en su ocaso. No es el derecho a tener una muerte digna, que se reduce a la mera concesión de medidas médicas paliativas para poder tolerar mejor el sufrimiento. Es la legítima opción a fallecer en la decencia.
Algunas especies se abandonan en el exilio aguardando su muerte cuando presienten el momento. El ser humano es capaz de combatir la enfermedad pero también es lo suficientemente inteligente para darse cuenta cuando algo es inevitable o irreversible; Es una honesta y valiente decisión saber que aunque las vías continúan su senda, ha llegado el momento de saltar del tren en un solitario apeadero antes de que la locomotora descarrile en su estación final. Nuestra vida es la flor que debemos regar y cuidar; pero también deberíamos poder podarla cuando sabemos que sus pétalos marchitos nunca volverán a florecer.