A cielo abierto.
Les considero lugares frívolos, deshumanizados, incapaces de estimular nuestros sentidos si no es de una forma artificial y mecanizada. Son espacios concebidos para intentar reinventar algo tan milenario como el comercio; son hangares deshabitados, concurridos de público, pero donde la soledad adquiere la dimensión de hacerse sentir a uno solo aún estando acompañado. Considero que deambular por estos pasillos poblados y al tiempo desolados no aporta absolutamente nada a la construcción de las personas. Algo tan genuino como el olor a papel de una librería, o la atención cercana y profesional en una mercería, lo adulteran de aroma corporativo, controlando hasta el mínimo rincón de la exposición y del lenguaje emocional de los visitantes.
No cambio una buena conversación con un café a pie de calle, una escapada a pasear por la playa, una simple caminata por las aceras, o una tarde callejeando las tiendas de mi ciudad por ir a encerrarme a un centro comercial. Lo siento, pero lo mío es disfrutar a cielo abierto, y de todas las sensaciones que aún me quedan por descubrir.